Por William Luna Castro
Cuando Mario Terán lo mató, alrededor de la una de la tarde del 9 de
octubre del 67, ya se había dado públicamente la noticia de que el Che
había muerto en combate del día anterior.
“No no le tire de aquí para arriba, tírele para abajo porque se supone
que muere de heridas en combate”, le indicó Félix Rodríguez, el cubano
que pertenecía a la CIA y tenía la misión de encontrar al guerrillero, a
Mario Terán, quien ejecutó la orden; cuando ya todos los que estaban en
La Higuera sabían que la muerte de Che estaba siendo anunciada ya por
todos los medios.
En los días subsiguientes al asesinato, circulaban miles de noticias de
todos los medios de prensa inimaginables de todo el mundo, cada una
tratando de levantar la polvareda más grande con sus titulares, muchos
de ellos hasta inventados por los militares de Bolivia o la propia CIA
para cumplir con diferentes propósitos, sobre todo ocultar la verdad.
Quien deseaba encontrar en ese maremágnum de letras algún atisbo de
credibilidad, debió apelar a estudios comparativos de realidades o a
esperar a que fuentes fidedignas trajeran las informaciones más ciertas.
En Cuba se desataron las pasiones, y aunque era una época donde las
informaciones se difundían sobre todo, por los medios oficiales, no
convenía al gobierno esperar por la seguridad absoluta, por lo que, aun
no teniendo todos los datos, se dio a conocer oficialmente la noticia de
la muerte del Che, que ya comenzaba a circular informalmente entre el
pueblo.
Sabiendo, por demás, que la muerte física de uno de los más populares e
importantes líderes de la revolución cubana, dentro y fuera de la isla,
iba a ser tomada como bandera para detener la insurgencia
revolucionaria, por Estados Unidos y la reacción, e incluso muchos
Partidos Comunistas u organizaciones de izquierda; se decidió comenzar
una contraofensiva política que sobrevivió mucho tiempo.
Es por ello que el 15 de octubre, seis días después de los
acontecimientos, comparece Fidel ante las cámaras de los medios
televisivos cubanos e internacionales con sede en Cuba, para anunciar la
muerte del Che, levantar el ánimo de los seguidores de éste y trazar
una estrategia para contrarrestar esta derrota militar y convertirla en
un triunfo político en el más breve plazo.
No por gusto, sin tenerse todos los detalles y sin tampoco sin
considerar oportuno esperar para averiguarlo, se decide por el Consejo
de Ministro, por supuesto que por indicaciones de Fidel, instituir el
día 8 de octubre como “Día del Guerrillero heroico” y por el Comité
Central del Partido Comunista crear una comisión para proponer la
estrategia que debería seguirse para divulgar la vida y obra del Che y
perpetuar su influencia.
Después, en el transcurso de los días y meses, cuando se fueron
conociendo los detalles de lo que realmente sucedió entre los días 8 y 9
de octubre de 1967 y que se tuvo la seguridad absoluta que fue en este
último día cuando mataron al guerrillero, ya todo estaba decidido: la
conmemoración se haría el día ocho, más aun después que se creó la
jornada Camilo-Che del 8 al 28, con rima y unidad temática.
El único error de todo esto fue que tanto en los libros de textos -no
solo de Historia de Cuba en todos sus niveles, sino de otras
asignaturas-, como en distintas bibliografías especializadas sobre el
tema, siguió escribiéndose como fecha del homicidio la del día 8 de
octubre; sin que existiera voluntad para separar la verdad histórica del
compromiso moral e histórico de la conmemoración de ese hecho
trascendental.